
Hay detalles que hacen que la Semana Santa sea, para mí, la más especial del año. El ver a mi hijo boquiabierto al contemplar un paso cualquiera, un olor, un sonido, una luz...
Como digo, ocurrió hace unos días. Estaba con un amigo viendo el discurrir de una cofradía por una plaza de nuestra ciudad cuando se produjo uno de esos momentos mágicos que uno no puede prever, ocurren de forma inesperada. Se acercaba el paso de palio de Nuestra Señora de la Caridad, de la Hermandad del Baratillo, y empezó a sonar la marcha "La Madrugá" de Abel Moreno Gómez. Tengo la suerte de haber conocido a D. Abel y haber oido de sus labios el por qué de esa marcha, lo que significa cada estrofa, en qué estaba pensando cuando la compuso. El paso se acercaba lentamente, las bambalinas no se movían, parecía que flotaba, y empezó a virar a escasos 30 cm de mí. Fueron 5, 6, 7 minutos, no sabría decirlo, de una intensa emoción al ver la belleza que se exponía ante mí, no lo sabría explicar con palabras.
Cuando todo acabó, me decía mi amigo más tarde, él sólo podía pensar en tragarse las lágrimas que intentaban escapar de sus ojos (...los hombres no lloran, los hombres no lloran...) y, al girarse, vió mis ojos enrojecidos por la emoción y alguna lágrima aparecía colgada de mis pestañas. "Yo soy tonto", pensó.
Querido amigo, los hombres sí lloran. Lloran de alegría, de emoción, de tristeza, ¿hay algo más humano que una lágrima?. No me averguenza decirlo, yo lloro cuando la ocasión lo merece, y ¡qué a gusto me quedo!. Mis lágrimas eran lágrimas de hombre.
Hubo otro momento esta Semana que también me hizo emocionarme, pero eso forma parte de una intimidad más íntima todavía.
Eso es lo grande, que mi ciudad al expresar su amor por Dios en las calles hace que sintamos emociones que nos hacen sentirnos vivos. Quizás no esté de moda creer en Dios y, menos, decirlo públicamente pero ¡qué le voy a hacer! YO SÍ CREO.