viernes, 18 de marzo de 2011

Pecados capitales

Dice el personaje que Al Pacino (El diablo) encarna en la película Pactar con el diablo, "La vanidad es, sin duda, mi pecado favorito". Yo estoy absolutamente seguro de que es cierto. El diablo debe de adorarla.

La vanidad nos rodea. Cada vez más la encontramos en los ámbitos de la vida por los que nos movemos. Vemos a personas que, incomprensiblemente, se han hecho con puestos de cierto "poder" para los que no tienen capacidad suficiente. Vemos a magníficas personas, grandes profesionales, denostadas por no saber jugar a ese juego que sólo vemos en las películas de ejecutivos americanos (tiburones).

La triste realidad es que eso no sólo lo podemos observar en el cine. La realidad es mucho más cruenta porque los sentimientos del cine son ficticios. En la realidad dan igual tus aptitudes y tus actitudes.

Hay un dicho muy español que refleja claramente todo esto: "Si quieres saber cómo es manolito, dále un carguito".

Hay una persona que se rodea de los mejores para cubrir sus carencias y poder destacar. Hay otra, en cambio, que elimina cualquier rastro de talento a su alrededor para poder destacar de entre la mediocridad. Una de ellas, a la larga, no se sostendrá (y no es la primera).

Vanidad para no admitir la opinión del otro aunque sea más válida que la propia. Vanidad que hace que los que tienen que dar ejemplo sean los primeros en actuar de la peor forma posible.

Si uno busca en el Diccionario de la Academia Española, puede leer en la primera acepción: "Vanidad: Cualidad de vano"; "Vano: Falto de realidad, sustancia o entidad". Como diría el otro..."No hay más preguntas".

¿Que en quién pienso al escribir todo esto? En los frailes franciscanos del Convento de San Buenaventura de Sevilla. Aunque ésto mismo se podría decir de muchos otros ámbitos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ser mediocre no es malo. Un vez leí que los mediocres están destinados a ser felices, siempre y cuando acepten de buen grado su condición.

Los mediocres con puestos de "poder" a los que llegaron porque el viento una vez sopló a su favor, o porque consiguieron hundir el resto de barcas excepto la suya, rara vez se logran mantener a flote. Siempre llega el momento en el que necesitan que su mediocridad no sea notada más de lo necesario, para ello se rodeará de cuantos mediocres, más mediocres que el, pueda encontrar, con el fin de no destacar e mediocridad más que los demás mediocres.

La mediocridad siempre hace más daño a los que se situan en el radio de acción del mediocre que al propio mediocre, tanto a los que se encuentran por encima como a los que se encuentran por debajo.
No tienes más que mirar a tu alrededor.

Sé que la mediocridad no es el tema de tu post, pero no conozco ningún vanidoso que no lo sea.

Juan Carlos Téllez Gracia dijo...

Sí señor, es palpable y atroz la manera en la que esto sucede. La explicación que yo le encuentro es que siendo necesarios tan pocos escrúpulos para ser un buen tiburón o un perfecto arrastrado y observando las lecciones impartidas por los que suministran el opio del chantaje, entre las que se encuentra la dedicada a que la delicadeza no lleva a ningún sitio, que no necesita de ningún tipo de meditación trascendental ni de desarrollo personal con el que alcanzar un mínimo grado de cultura con el que poner en orden el sujeto, el verbo y el predicado, cosa que estos indeseables no saben, pues por desgracia vamos camino de que abunde el número de energúmenos de esta ralea amparándonos en la comodidad de no pensar y de creer que ese es el camino.

Cuidado porque esto se está convirtiendo en catecismo y el final puede ser lo más parecido a una película de ganster.

Saludos.